CUENTOS LATINOAMERICANOS.
DESCRIPCIÓN.
Nombre y Apellidos del Autor:
Abril Monserrat Meza Vasquez.
Idioma:
Español
Nivel Educativo:
Grado Universitario
Area de Conocimiento:
Español
INTRODUCCION
Los
cuentos latinoamericanos cortos entraron a su etapa madura a inicios del siglo
XX, de la mano del chileno Baldomero Lillo y de la del uruguayo Horacio
Quiroga. El primero escribió cuentos de mineros (Sub terra, 1904) y el segundo,
historias de la jungla, entre los que destaca Cuentos de la selva, publicado en
1918. Combinó un enfoque de carácter regional, entrelazando la naturaleza
primitiva con los seres humanos, desarrollando descripciones de fenómenos
psicológicamente extraños en unos cuentos de misterio poblados de
alucinaciones. Posteriormente, llegarían los escritores del “boom
latinoamericano” que consiguieron ampliar las fronteras del nuevo mundo
literario.
Para hablar de los cuentos latinoamericanos del siglo XX, es necesario conocer a los escritores que desarrollaron el arte de la narración breve; personas a quienes honramos por hacernos disfrutar un género tan exquisito.
Para hablar de los cuentos latinoamericanos del siglo XX, es necesario conocer a los escritores que desarrollaron el arte de la narración breve; personas a quienes honramos por hacernos disfrutar un género tan exquisito.
latinoamerica.
TAREA.
* se realizará una dinámica lanchas
esta estrategia es con el fin de juntarse en binas.
* trabajarán en vinas para leer un
cuento latinoamericano de los siguientes ejemplos:
* de acuerdo a los cuentos latinoamericanos leidos haran un comentario literario acerca de los ellos.
EL HOMBRE DE HIERRO
La tejedora
Mariana Calosanti
Se
despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando
por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz
que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la
mañana dibujaba el horizonte.
Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un
largo tapiz que no acababa nunca.
Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la
joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más
peludo. De la penumbra que trían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata
que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave
llegaba hasta la ventana a saludarla.
Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y
espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos
dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para
el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.
No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo
especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa,
esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana
suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su
hilo de oscuridad.
Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y
por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.
No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo,
comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían
compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro
barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de
tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.
Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se
quitó el sombrero y fue entrando en su vida.
Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría
para que su felicidad fuera aún mayor.
Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto
lo olvidó. Un vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las
cosas que éste podía darle.
—Necesitamos una casa mejor— le dijo a su mujer. Y a ella le pareció justo,
porque ahora eran dos. Le exigió que escogiera las más bellas lanas color
ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para que la
casa estuviera lista lo antes posible.
Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció suficiente.
—¿Por
qué tener una casa si podemos tener un palacio?— preguntó. Sin esperar
respuesta, ordenó inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de
plata.
Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puerta, patios
y escaleras y salones y pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo
para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar
el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de
la lanzadera.
Finalmente el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió
para ella y su telar el cuarto más alto, en la torre más alta.
—Es para que nadie sepa lo del tapiz —dijo. Y antes de poner llave ala puerta
le advirtió: —Faltan los establos. ¡Y no olvides los caballos!
La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de
lujos, lo cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía.
Tejer era todo lo que quería hacer.
Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció
más grande que el palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que
sería bueno estar sola nuevamente.
Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía
soñando con nuevas exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga
escalera de la torre y se sentó al telar.
Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y, pasando
velozmente de un lado para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los
caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego destejió a los
criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio
en su pequeña casa y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.
La noche estaba terminando, cuando el marido se despertó extrañado por la
dureza de la cama. Espantado, miró a su alrededor. No tuvo tiempo de
levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos
y él vio desaparecer sus pies, esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió
por el cuerpo, tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.
Entonces, como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una
hebra clara. Y fue pasándola lentamente entre los hilos, como un delicado trozo
de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte.
HERMANO
LOBO
Un día el lobo se dio cuenta de que los hombres lo creían
malo.
- Es horrible lo que piensan y escriben -exclamó.
- No todos -dijo un ermitaño desde la entrada de su cueva, y repitió las parábolas que inspiró San Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.
- ¿Dónde está ese santo?
- En el cielo.
- ¡En el cielo hay lobos?
El ermitaño no pudo contestar.
- ¿Y tú que haces? Preguntó el lobo intrigado por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño en su duro aislamiento. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.
- Y cuando mueras ¿irás al cielo? -preguntó el lobo conmovido, alegre de ir entendiendo el bien y el mal.
- Hago por merecer el cielo -dijo apaciblemente el ermitaño.
-Si fueras mártir, ¿irías al cielo?
- En el cielo están todos los mártires.
El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humanos. Recordó entonces sus madíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño. Al terminar se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.
- Es horrible lo que piensan y escriben -exclamó.
- No todos -dijo un ermitaño desde la entrada de su cueva, y repitió las parábolas que inspiró San Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.
- ¿Dónde está ese santo?
- En el cielo.
- ¡En el cielo hay lobos?
El ermitaño no pudo contestar.
- ¿Y tú que haces? Preguntó el lobo intrigado por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño en su duro aislamiento. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.
- Y cuando mueras ¿irás al cielo? -preguntó el lobo conmovido, alegre de ir entendiendo el bien y el mal.
- Hago por merecer el cielo -dijo apaciblemente el ermitaño.
-Si fueras mártir, ¿irías al cielo?
- En el cielo están todos los mártires.
El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humanos. Recordó entonces sus madíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño. Al terminar se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.
RECURSOS
* de acuerdo a la antologia de los libros del ricon leer los que mas le agrade al alumno.
* indagar en la internet cuentos de autores sobresalientes.
EVALUACIÓN.
* SE LES REVISARÁ A LOS ALUMNOS SU COMENTARIO LITERARIO CON BASE A LAS SIGUIENTES CARACTERISTICAS QUE DEBE POSEER:
1. PRESENTACION DEL TRABAJO Y CONTENIDO.
2. MENCIONAR SU EXPERIENCIA SOBRE LA LECTURA QUE AFRONTÓ CON LOS EJEMPLOS Q SE LE DIO Y LOS QUE INVESTIGO.
* MENCIONAR LOS CUENTOS Y LOS AUTORES QUE MAS LE LLAMO LA ATENCION.
CONCLUSION.
al trabajar con cuentos latinoamericanos es muy dificil la comprensio ya que es un ade la principales caracteristicas de este tipo de cuentos al lerlos tiene que ser una lectura de mucha atención y analisis para comprender ya que son escritos con confunsiones para que el lector se adentre mas sobre ella.